sábado, 24 de noviembre de 2012

La cena eres tú



Estaba oscuro y ella, inocente y vulnerable, no veía de él mucho más que el brillo de sus ojos, dos esferas oscuras salpicadas de luz, como si un par de estrellas, las mismas de las que hablaba, se hubieran colado en su alma y estuvieran asomadas a su mirada. 

Él había clavado sus ojos en los de ella, dos esmeraldas que brillaban furiosas en la oscuridad. Contemplaba su silueta, recortada a la luz de la luna, mientras trazaba en su mente el cuerpo de aquella chica que se estremecía en silencio con cada leve brisa, con cada hoja seca caída de un árbol, estrepitosamente, en el silencio de la noche. Habría dado la impresión de temer cualquier cosa menos al monstruo que tenía delante. Nadie le había dicho cómo era un lobo y ella, ingenua e inofensiva, admiraba su pelo y disfrutaba acariciándolo, sin entender, aún.

- Creía que íbamos a cenar, dijo ella, mirando a su alrededor, inesperadamente confundida.

Y entonces, el lobo emitió un sonido sordo, una suerte de suspiro triste disfrazado de sarcasmo que se filtró por la media sonrisa que dejaba entrever uno de sus incisivos, hambriento, dispuesto.

- La cena eres tú, dijo el monstruo, el sabor de la carne cegando su mente de forma precipitada. 

Fue rápido, sutil pero con una decisión capaz de doblegar a cualquier rey, a cualquier hombre. Y es que el lobo, incapaz de comprender, sintió cómo aquella chica cambió su mirada y le hirvieron los ojos, entreabrió los labios y se abalanzó sobre él, sin vacilar, agarrándolo por el cuello y dejándolo sin escapatoria, ni pasado ni futuro.