sábado, 2 de marzo de 2013

La vida en un instante.

Mientras lees, escucha esto.

Quiero que imagines algo. Es sencillo. Quiero que visualices la imagen de una bomba, un proyectil, misil cualquiera, a medio metro del suelo. Quiero que congeles ese instante en tu mente, que detengas el tiempo justo ahí. ¿La tienes? Bien. Imagina ese preciso instante con todo lujo de detalles, con toda la claridad de que seas capaz. Empieza a caminar por ese mundo detenido. Imagina que eres Hiro Nakamura, te resultará más fácil así.

Imagina a esos niños, tan mayores, en un columpio en mitad de la noche. Imagina sus sonrisas perennes y su inocencia, incapaces de preocuparse de nada más que de sonreir o de hacer sonreír al otro. Sigue viajando, quiero ir un poco más lejos. Imagina la playa, imagina ese grupo de chicas tan vivas, intentando mantener a su hiperactivo perro alejado de una pareja que parece querer un poco de intimidad. Sigue, por favor, no te detengas ahora. Imagina esos amantes furtivos, gritando su secreto, escondidos en un sofá, fundidos el uno con el otro. Imagina los planes que el mundo tenía para todos ellos, y los planes que todos ellos tenían para su propio mundo. Dioses de carne y hueso al son de canciones, momentos tan románticos como solo pueden serlo las fotos en blanco y negro, instantes tatuados en el alma del mundo por su belleza efímera y, a la vez, inmortal. Almas llamadas a ser una. Sonrisas, solo indestructibles cuando unidas. Pura luz.

Ahora quiero que desandes el camino, pero no dejes de llorar por ellos, porque estás a punto de matarlos. Recuerda la bomba. En algún lugar de ese mundo que acabas de crear hay una bomba, suspendida a medio metro del suelo. Una bomba que recorrió el aire sin hacer ruido pues no la lanzaste sino que, simplemente, no impediste que cayera. No soportas la presión, lo sé, porque no hay nada que puedas hacer para mantener detenido el tiempo y, de repente, ves el columpio balancearse, las olas rompen contra la playa y, en algún lugar, se escucha el gemido de un orgasmo. Entiendes así que el tiempo ha retomado su curso y tus ojos atinan a abrirse de par en par, aterrorizados, cuando lo sientes: un leve latido en la lejanía, no más fuerte que el de tu corazón, ahora enamorado de la belleza del mundo, de los niños en columpios, de los perros en la playa, de los amantes en camas de hielo. Y tan pronto como notas el casi imperceptible temblor del suelo tus ojos, abiertos de par en par, se cierran tan fuerte como si no quisieran volver a abrirse, derramando lágrimas de devastación. Y aguardas a que suceda. Pero aún quieres luchar, y abres los ojos para verlo, o no serás capaz de creerlo. Al principio solo es una nube de polvo en el horizonte pero, a medida que avanza, te das cuenta de que nada queda en pie tras su paso. Una onda expansiva que destruye tu mundo y a ti. Y contigo, me destruye a mí, que he vuelto a perderlo absolutamente todo. Dicen, y es mi único consuelo, que solo cuando un hombre no tiene nada más que perder, es completamente libre.