sábado, 24 de noviembre de 2012
La cena eres tú
viernes, 18 de mayo de 2012
En busca de la felicidad...
Me levanto temprano y me visto, pantalón de pinzas gris, camisa blanca y corbata. Tengo que ir a la biblioteca pública a imprimir unos documentos ya que no tengo impresora; en concreto, una solicitud de trabajo tipo para los empleos en educación en Inglaterra, un certificado de antecedentes penales firmado y mi curriculum. De ahí tengo que ir a un colegio del que sé, según google, que está a 57 minutos andando desde la biblioteca. Pero me veo con fuerzas. Llego a la biblioteca más tarde de lo que me gustaría, las 9:45, pero está cerrada, no abren hasta las diez. Hago cuentas: tengo el ordenador solamente durante 20 minutos, más la cola, así que voy a tener los documentos impresos a las 10:30, una hora para ir, y una para volver, más lo que tenga que esperar al profesor con el que quiero reunirme, más lo que tardemos en hablar. Si a las 12:30 hay que hacer la comida para estar en el curro a eso de las 14:15, ya voy justo. Termino de imprimir mis documentos y salgo de la biblioteca. Enciendo el "navigator" del móvil y me dispongo a tomar la ruta. "Voy a coger un taxi", la ocasión se lo merece y el tiempo apremia, cuanto antes llegue, antes voy a saber algunas cosas. Además, hoy se cumple un año de que aterricé en Birmingham por primera vez, así que si hay algún día para lucirse, es hoy. El taxista es un indio simpático, dicharachero, que me pregunta por mi país y me habla de fútbol nada más mencionar España. Sabe donde vamos desde que le he dicho que es un colegio. "Ahhhh, buscas empleo, verdad?" La ropa me delata. Hablamos de la situación laboral de España. Llegamos al destino y el taxímetro ha contado 7.20. "Dame solo 7, y que tengas suerte". Así que le doy 7.40, contando las monedas que me quedan, por la conversación y los buenos deseos. Allá vamos. Todo está en obras y cuando intento entrar por una puerta por donde salen 2 albañiles me dicen que no es por ahí, y me mandan más abajo. Después de algunas vueltas llego a la recepción de la George Dixon Secondary School. "Hola, buenos días, venía a ver a X, profesor de música". "Es una visita personal? Tome asiento, enseguida le aviso". "Gracias". Me sudan las manos y me pongo nervioso. "El señor X no está, hoy no trabaja". "Oh, pues entonces... De acuerdo, he visto en la página web que tienen ahora mismo 2 vacantes, me gustaría dejar la solicitud". "Muy bien, para el departamento de Música, verdad?" En realidad, no. "Esto... sí". Me toma los datos y me voy. Compruebo el enlace de internet y claramente pone 2 vacantes para Maestros de Primaria. "Perdone que le moleste otra vez pero, estoy buscando la George Dixon Junior and Infant School, estoy en el lugar equivocado, verdad?" Ella sonríe y asiente. Así que me indica dónde está y llego a mi destino. Allí me dicen que tengo que llamar a la agencia y dejarles todo a ellos, en lugar del colegio. "Ah, bien, muchas gracias". Y me voy. Al menos he avanzado algo, me he encontrado con una vacante para maestro de música con la que no contaba y ahora ya conozco dónde están los colegios y me han gustado. Me voy hacia una parada de autobús y compruebo. Bien, hay uno a Birmingham centro en diez minutos. En los autobuses sólo se paga en monedas y sólo el importe exacto. Y en mi cabeza resuena el Big Ben en forma de palabra: PROPINA. Compruebo mi cambio, una libra y ochenta peniques. Ufff, justo. Llevo un billete de 10 y uno de 5 pero eso no me serviría, y no quiero pagar otro taxi. Se acerca una señora con un carricoche y le doy los buenos días. "Disculpe, cuánto es el billete sencillo del autobús?". "1.90", y sonrío de oreja a oreja, me miro la mano y me río con ganas. "Ha subido desde hace unos meses", y ella también sonríe. Me faltan 10 peniques y el conductor no me va a dejar viajar, lo he visto un millón de veces. "No aceptan billetes, por supuesto" y se los enseño a la señora, que se ríe. "Quiere oír una historia graciosa?" Y dice "Por qué no?" "Es la primera vez que estoy en este barrio, he venido a la escuela primaria George Dixon" "Ah, sí, donde llevo a mi hija" dice ella, "pues ahí, y he venido en taxi, y le he dado 40 peniques de propina al taxista, y resulta que ahora me faltan 10, jajaja, ¿sabe? he estado un millón de veces en una parada de autobús y he visto a toda esa gente que te pide algo de cambio porque 'me faltan 10 peniques para el autobús' y ninguna de esas veces los he creído, ¿no es gracioso?" La señora se ríe y me dice que no lleva nada, que lo siente. "Por supuesto, ya me lo imagino, pero no se preocupe, no se los estaba pidiendo. Gracias de todos modos" Así que me despido de ella y me voy calle abajo, con la chaqueta en la mano, la corbata un poco suelta y un currículum en la mochila, sin entregar. Media hora caminando bajo el Sol hasta encontrar alguna tienda donde comprar algo para cambiar el billete y coger el siguiente autobús. No he dejado de sonreír en todo el camino y hasta de reírme, mientras que algún transeúnte me ha mirado como pensando "está loco" o "algo muy bueno le ha tenido que pasar". Así que he comprado bombones, para celebrar que hace un año llegué a esta ciudad que me está dando historias para llenar una vida. Y aquí sigo, con la misma ilusión del primer día, en busca de la felicidad. domingo, 15 de abril de 2012
4 Segundos

Esta entrada va dedicada especialmente a Turirai, que desde que la escribí fue su favorita y desde que la eliminé no ha dejado de pedírmela. Aquí la tienes. Os echo de menos.
http://www.youtube.com/watch?v=JuP4HMko5vM&feature=&p=35B39EB73B855535&index=0&playnext=1
Moví el brazo ligeramente y su cara se movió como si fuera una prolongación del cañón del arma. Tenía la boca abierta y la saliva había empezado a derramarse por las comisuras de sus labios.
He recordado aquel día desde entonces. Es el día que no me dejaría volver a dormir. No recordaba por qué debía hacerlo. Quizá era uno de esos trabajos que alguien se los encarga a otro alguien que, a su vez, se los encarga a otro alguien y así sucesivamente hasta que la cadena termina en un dramático eslabón.
El caso es que entré en aquella habitación y se me ocurrió pensar que la luz blanca fluorescente no era la más adecuada para la escenografía. Él estaba allí de pie, mirándome, esperándome. Miré al arma al mismo tiempo que sus ojos se posaron en ella y volví a mirarle a él, directamente a los ojos. No le conocía. Apenas un nombre. Después de apretar el gatillo poco importaría.
Nos miramos durante una eternidad, sin mediar palabra, cada uno en su lugar, víctima y verdugo. Vi en sus ojos el remordimiento y la culpa. No vi lucha ni miedo. Vi resignación y liberación. Si me lo preguntaran diría que ese chico sentía alivio de saber que todo iba a terminar. Pero no lo dijo.
¿Sabéis por qué cuando se decapita a alguien se coge su cabeza del cabello y se alza en el aire? No es por sadismo. No es para que los que presencien tal acto lo vean. Es justo lo contrario. El cerebro tarda de
Así que levanté la mano y el cañón de la Block se introdujo en su boca. Sin parafernalia. Así que moví el brazo ligeramente y su cara se movió como si fuera una prolongación del cañón del arma. Como decía, tenía la boca abierta y la saliva había empezado a derramarse por las comisuras de sus labios. Acaricié suavemente el gatillo y él supo que iba a disparar. Me sorprendió por un momento porque su boca se tensó en lo que hubiera sido una sonrisa de tener los labios pegados. Una sonrisa que se reflejó en sus ojos que, al fruncirse, dejaron escapar un par de lágrimas. Sonreía y lloraba en el mismo momento en que yo apreté el gatillo.
El tiro fue limpio, con una trayectoria ligeramente ascendente. Le salió por la nuca seccionando su bulbo raquídeo y partiendo la parte ósea que unía su cráneo a la columna vertebral. Justo antes de que se desplomara conseguí ver en sus ojos quién era. Por un momento volvió a ser ese muchacho que recordaba, lleno de vida y optimismo, feliz y tranquilo, en paz con el mundo y consigo mismo. Si me lo preguntaran diría que ese chico era feliz por saber que todo había terminado. Pero no lo dijo.
Lo último que recuerdo son 4 segundos teñidos de rojo escarlata, el frío suelo bajo mi espalda y el espejo en la pared, a un metro de altura, salpicado de sangre.

