lunes, 5 de mayo de 2014

Feliz día de tu Primera Comunión, o de por qué mis hijos no la harán.

Lo primero de todo, decir que no estoy en contra de los ritos religiosos per se, ni de la gente que los practica, pero no puedo decir lo mismo de la hipocresía. Esta entrada va dedicada exclusivamente a un tipo concreto de persona.

Estamos a lunes, 05 de mayo de 2014, y los pasados fines de semana he observado el “postureo comunionero”, como cada año. Desde hace años tengo claro que no quiero bautizar a mis hijos, cuando los tenga, si los tengo (que espero que sí), pero este año he hecho una reflexión un poco más profunda al respecto, después de presenciar los típicos desfiles de niñas con sus trajes, que más que de comunión parecen de boda y que cuestan una pasta, y a esos padres tan contentos y orgullosos.

El otro día, después de ver una de esas comitivas, me pregunté a mí mismo por qué. Por qué sí a la comunión; o por qué no. Y que conste, que la respuesta que obtuve se puede, y se debe, aplicar antes al propio bautizo, pero es que lo de las comuniones me parece mucho más aberrante. Sí, tanto.

En caso de que hayas cursado una carrera universitaria, y más aún si es algo que llevabas la mitad o más de tu vida queriendo hacer, ¿te puedo preguntar qué haces cuando la terminas? Puede que lo celebres con tu familia o puede que no. Puede que ese momento en tu vida sea tan importante como para hacer partícipe de ello a tus seres queridos o puede que sea demasiado habitual o que no lo consideres tan importante. ¿Te puedo preguntar qué haces cuando consigues ese trabajo por el que tanto has luchado? Supongo que en tus cumpleaños lo mismo, ¿no? Tus padres te llaman, comes con tu familia, tomas unas copas o una buena merendola con tus amigos…

Entonces, yo me pregunto: ¿cómo tiene que estar uno de involucrado con la religión para celebrar semejante fiesta? No sé si me explico, ¿hasta qué punto una familia ha de ser creyente y practicante de la religión católica para convertir el hecho de que un hijo o hija haga su Primera Comunión en un acontecimiento tan sumamente importante en la vida familiar como para invitar a tantas personas y brindar por un paso tan importante en su vida?

Pero claro, una vez que me hago esas preguntas, me tengo que hacer otras. De todas las familias que celebran la primera comunión de sus hijos, ¿cuántas veces han ido esos padres a misa con sus hijos antes de la catequesis? ¿Cuántas veces se han sentado esos padres a hablar a sus hijos sobre Jesús, la Virgen María, o las doctrinas del Cristianismo? ¿En qué medida forman esos padres parte de la comunidad religiosa o están involucrados con su parroquia? ¿Con cuánta frecuencia rezan? De todos ellos, ¿cuántos son unos verdaderos hipócritas?

A todos aquellos padres que no siguen una vida religiosa en lo más mínimo, a todos aquellos a los que ni siquiera les gustan los curas ni las iglesias, ¿por qué lo hacéis? No es una pregunta retórica, preguntaos a vosotros mismos ¿por qué celebro la primera comunión de mi hijo? ¿Es este momento en la vida de mi hijo algo que me hace tan feliz? ¿Qué estoy celebrando? Muchos ni siquiera seréis capaces de responder. A eso me refiero.

Yo, personalmente, no soy una persona "creyente", si eso significa creer lo que dice la Biblia, mientras que lo que sí soy es una persona con fe y un concepto muy personal de Dios, que nada tiene que ver con un señor con barba blanca y sandalias que anda preocupado por cómo vives tu vida. Yo, que soy un poco más de pensar por qué hago lo que hago, tengo claro que no voy a caer en el postureo hipócrita de hacer lo que hace el resto solo porque sí. La religión es un tema demasiado complicado como para andar por ahí dando la nota sin saber ni entender nada al respecto. Algún día quiero sentarme con mi hijo y explicarle qué es la religión, explicarle cuántas existen, intentar saber qué dice cada una de ellas para explicarle por qué, si he de quedarme con alguna, yo prefiero la Budista, y explicarle que, al igual que con la carrera o el oficio que elija y las asignaturas que más le gusten, primero tendrá que leer sobre la mayoría de religiones antes de establecerse en una, y explicarle que tiene la opción de no basar su vida en ninguna de ellas, si así lo decide. Me gustaría explicarle que la religión no tiene mucho, o nada, que ver con la fe, y que ser espiritual y sentir que no eres sólo un cuerpo y una mente no tiene nada que ver con el sexo, el matrimonio ni las personas homosexuales. Explicarle que el miedo solo sirve para dominar a alguien, o a muchos, y que no existe más cielo ni infierno que el estado de su conciencia en el momento de su muerte, y que por eso debe vivir su vida en función de unos valores.

lunes, 10 de febrero de 2014

Y tú, qué sabes hacer?

Y tú, ¿qué sabes hacer?

Me molesta un poco cuando le digo a alguien que me gustaría aprender a hacer tal o cual cosa y me dicen algo así como “¿y eso para qué?” o, lo que es peor aún, “anda calla, qué va hombre qué va, te vas a meter tu ahora a... que no hombre, que no… que eso no te hace falta, ¿qué necesidad tienes tú de eso?¿tú sabes lo difícil que es eso?”. Y cuando digo que me molesta un poco me refiero a que me molesta muchísimo. De hecho, la primera sensación es de desaliento por la falta de apoyo, pero luego me recupero y lo que me siento es distante de esa persona.

Hace unos días vi una foto en facebook donde aparecía un gato con pose y mirada muy arrogantes (un gato normal, vamos), y se estaba limando las uñas; de su boca salía un bocadillo con la frase: “¿Sabes cuál es la diferencia entre tu opinión y una pizza? Que la pizza la he pedido”. O lo que es lo mismo, si no me vas a ayudar, no pasa nada, pero no intentes desanimarme. Solo porque tú no pienses hacer absolutamente nada de nada no significa que los demás vayamos a hacer lo mismo.

Últimamente, y debido en las actividades en las que me estoy moviendo durante los últimos meses, me he encontrado frecuentemente con el “ideal del hombre renacentista”, esto es, una persona que no es experto ni se especializa en un campo sino que, al contrario, intenta tocar un poco de todo, teniendo como máximo exponente a Leonardo da Vinci. Por otra parte todos sabemos que “el que mucho abarca poco aprieta” (nada aplicado a Da Vinci, aunque sí al resto de nosotros) así que supongo que el verdadero ideal sería que ni tanto ni tan calvo, es decir, una persona que, además de estar enfocada (aunque no llegue a ser un verdadero experto) en un campo, supiera “lo suficiente” de muchas cosas más.

Para ser más claro, no tengo ni idea de electricidad, de costura, de mecánica, estoy a punto de iniciarme en la carpintería y hasta hace unos meses, de cocina no sabía más que hacer macarrones con atún y ensaladas. Por el amor de dos! (dirían Martes y Trece) Si nunca he cogido un taladro para hacer un agujero en la pared!

En el blog Vivir al Máximo leí no hace mucho algo así como que si se te pincha la bici puedes llevarla a arreglar o intentar aprender a arreglar un pinchazo tú mismo (cosa al parecer bastante sencilla, yo nunca lo he hecho). Te puedes gastar el dinero en arreglarla una vez o bien invertirlo en las herramientas necesarias para arreglarla tantas veces como lo necesites en el futuro. Visto así piensas: “joder! Al final me puedo ahorrar algo de dinero cuando a mí, a mi novi@, a mis hijos, hermanos o amigos se nos pinche otra rueda”. Y entonces piensas, ¿y si eso lo puedo aplicar a más aspectos de mi vida? No saques las cosas de quicio, que te conozco; no te estoy diciendo que puedas aprender a construir un avión caza de combate viendo un par de vídeos de youtube y que luego puedas descargarte un curso gratuito de Floqq para aprender a pilotarlo. Pero hay infinidad de cosas que son muy fáciles y que no aprendemos única y exclusivamente por gandulería. Hace unos 9 años (dios qué viejo me siento) vi a hurtadillas como un cerrajero les abría la puerta a unas compañeras de la carrera porque éstas, torpes de sí, se habían dejado las llaves. Les cobró 80 eurazos por 5 minutos de trabajo. Ese tío les hizo la tres catorce con un miserable trozo de radiografía. Ese día aprendí a abrir puertas que no tuvieran echado más que el resbalón. Además, uno nunca sabe cómo de bien se le puede dar algo ni si, en algún momento de su vida, ese aprendizaje le va a aportar más beneficios que el ya de por sí de la satisfacción que da saber hacer algo bien hecho (que con eso, a mí, ya me vale).

Así que ahí estoy yo, hace un par de meses cumplí 28 años y dentro de un par más me voy a mudar “definitivamente” (lo único verdaderamente definitivo que hay en la vida es la muerte) a España, a empezar “el resto de mi vida” con pensamientos de que la casa a la que me mudo sea la casa en la que me visiten mis nietos dentro de 50 años (con suerte), me quedan menos de 2 años para tener 30 y, aparte de para echarte unas risas, si quieres contar conmigo será para darte apoyo moral. Así que me he cansado de no saber hacer ni la p*** O con un canuto, y me he dicho a mí mismo “hasta aquí”. Me he propuesto acercarme al ideal del hombre renacentista y aprender, antes de los 30, a cocinar un buen puñado de recetas elaboradas, a saber cambiar un enchufe, a construir algunos muebles con mis propias manos (para casa y para donarlos a cualquier lugar de caridad), a coser siquiera unas buenas fundas para cojines (entre los muebles que voy a construir tengo en mente un sofá que necesitará cojines, además de que así podré cambiar el aspecto del sofá cuando me apetezca), a pintar yo mismo las paredes de la casa, y a cambiarle el filtro a la lavadora… no, espera, eso último no.

Soy bastantes cosas, y cabezón es una de ellas. Así que aquí lo pongo por escrito: cuando cumpla 30 años tengo que poder decir de mí “míra, te valgo para un roto y para un descosido, que lo mismo te pinto la pared, que te coso unos cojines, que te hago una paella o te construyo una cama y encima la decoro… un hombre como está mandao!”

Y ahora te cambio la pregunta, y tú ¿qué vas a aprender a hacer?



jueves, 30 de enero de 2014

Los 5 remordimientos de los que van a morir. Por Bonnie Ware.


Hace tiempo que leí este artículo de Bonnie Ware, una enfermera que dedicó muchos años a trabajar en cuidados paliativos, es decir, con pacientes que van a morir. Y me impactó. Ayer volví a releerlo y traté de buscarlo en español para un par de personas, pero no encontré ninguna traducción que me terminara de gustar entre los primeros resultados de google y como sé que a la mayoría de nosotros nos gusta que nos lo pongan fácil, he decidido traducirlo yo y publicarlo aquí. Espero que os guste.


Basado en este artículo, Bonnie ha publicado un libro completo titulado "Los 5 remordimientos de los Moribundos - Una vida transformada por los seres queridos que fallecen". Es una memoria de su propia vida y de cómo ésta se transformó a través de los remordimientos de los moribundos a los que ella cuidó. 

Los Remordimientos de los Moribundos 

Durante muchos años trabajé en cuidados paliativos. Mis pacientes eran aquellos que se habían ido a casa para morir. Compartimos algunos momentos increíblemente especiales. Yo estaba con ellos durante las últimas tres a doce semanas de sus vidas. 

La gente madura mucho cuando se enfrenta a su propia mortalidad. Yo aprendí a no subestimar nunca la capacidad de alguien para madurar. Algunos de esos cambios fueron fenomenales. Cada uno experimentaba distintas emociones, como cabía esperar, negación, miedo, ira, arrepentimiento, más negación y en algunos casos aceptación. Sin embargo, cada uno de los pacientes encontró su paz antes de partir, todos y cada uno de ellos. 

Cuando se les preguntaba sobre cualquier remordimiento que tuvieran o cualquier cosa que habrían hecho de manera diferente, exteriorizaban temas comunes una y otra vez. Aquí están los cinco más comunes: 

1. Ojalá hubiera tenido el valor de vivir una vida fiel a mí mismo, y no la vida que otros esperaban de mí. 

Este era el remordimiento más común de todos. Cuando la gente se da cuenta de que su vida casi ha terminado y mira atrás con claridad, es fácil ver cuántos sueños se han quedado sin cumplir. La mayoría de la gente no había realizado ni la mitad de sus sueños y tenían que morir sabiendo que había sido debido a decisiones que ellos mismos habían tomado, o que no habían tomado. 

Es muy importante intentar realizar, al menos, algunos de tus sueños a lo largo del camino. Desde el momento en el que pierdes tu salud, ya es demasiado tarde. La salud conlleva una libertad de la que muy pocos se dan cuenta, hasta que ya no la tienen. 

2. Ojalá no hubiera trabajado tanto. 

Este vino de cada hombre al que cuidé. Se perdieron la niñez de sus hijos y la compañía de sus parejas. Las mujeres también comentaban este remordimiento. Pero como la mayoría eran de una generación anterior, muchas de las mujeres no habían sido trabajadoras. Todos los hombres a los que cuidé se arrepentían profundamente de haber pasado tanto tiempo de sus vidas en la rutina de una existencia laboral. 

Simplificando nuestro estilo de vida y tomando decisiones conscientes a lo largo del camino, es posible no necesitar los ingresos que crees que necesitas. Y creando más espacio en nuestras vidas, te vuelves más feliz y más abierto a nuevas oportunidades, aquellas más adecuadas a tu nuevo estilo de vida. 

3. Ojalá hubiera tenido el valor de expresar mis sentimientos. 

Mucha gente reprimió sus sentimientos para quedar bien con los demás. Como resultado, se instalaron en una existencia mediocre y nunca llegaron a ser quienes eran verdaderamente capaces de ser. Por culpa de ello, muchos desarrollaron enfermedades relacionadas con el rencor y el resentimiento con el que habían cargado. 

No podemos controlar las reacciones de los demás. Sin embargo, aunque la gente pueda inicialmente reaccionar cuando cambias cómo eres por hablar con sinceridad, al final eso eleva la relación a un nivel completamente nuevo y más sano. Eso o te libera de una relación insana en tu vida. De cualquier forma, tú ganas. 

4. Ojalá hubiera mantenido el contacto con mis amigos. 

A menudo no se daban verdadera cuenta de los tremendos beneficios de los viejos amigos hasta sus últimas semanas de vida y no siempre era posible volver a encontrarles la pista. Muchos habían llegado a estar tan atrapados en sus propias vidas que habían dejado que verdaderas amistades se escaparan a través de los años. Sentían un profundo arrepentimiento por no haberles dado a sus amistades el tiempo y el esfuerzo que se merecían. Todos echamos de menos a nuestros amigos cuando nos estamos muriendo. 

Es común para cualquiera en una vida ajetreada dejar escapar las amistades. Pero cuando te enfrentas con la muerte de cerca, los detalles físicos de la vida dejan de tener importancia. La gente quiere dejar sus asuntos financieros en orden si pueden. Pero no es el dinero o el estatus lo verdaderamente importante para ellos. Quieren dejar sus cosas en orden más por el bien de aquellos que aman. Sin embargo normalmente, están demasiado enfermos y agotados para siquiera llevar a cabo esta tarea. Al final, todo se reduce al amor y las relaciones. Eso es todo lo que queda en las últimas semanas, amor y relaciones. 

5. Ojalá me hubiera permitido a mí mismo ser más feliz. 

Este es, sorprendentemente, uno de los más comunes. Muchos no se dieron cuenta hasta el final de que la felicidad es una elección. Se habían quedado estancados en patrones y hábitos anticuados. El tan conocido "confort" de lo que les era familiar inundó sus emociones, así como sus vidas físicas. El miedo al cambio les hacía fingir hacia los demás, y hacia ellos mismos, que estaban satisfechos. Cuando en lo más profundo, anhelaban volver reírse a carcajadas y volver a llenar su vida de tonterías. 

Cuando estás en tu lecho de muerte, lo que otros piensan de ti está muy lejos de tu mente. Qué maravilloso es ser capaz de dejar ir y sonreír de nuevo, mucho antes de que te estés muriendo. 

La vida es una elección. Es TU vida. Elige conscientemente, elige sabiamente, elige honestamente. Elige la felicidad. 

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PD: La foto es Cala Cortina, en Cartagena, muy cerca de mi casa de allí. Porque en esa playa empezó a amanecer en mi vida, y yo empecé a no querer arrepentirme de nada.

miércoles, 18 de septiembre de 2013

La cola de la langosta.

Era una de esas mañanas bonitas. De esas especialmente bonitas. El sol entraba por la ventana de la cocina, filtrándose a través del visillo. Cuando el viento soplaba levemente, el visillo ondeaba y así, yo veía el sol resplandecer en cada brizna del césped del jardín. No vivíamos cerca de la costa pero, esa mañana de Domingo, la cocina olía a mar. Mi madre parecía caminar de puntillas por la cocina, de un lado a otro, multitarea la llamarían ahora. Multitarea, una palabra que inventaron las madres, las buenas madres, aunque ellas no lo supieran nunca.

La cocina olía a mar, como digo, y es que una de las cosas con las que danzaba mi madre aquella mañana en la cocina eran 4 langostas que, a mis ojos de inexperta imaginación, parecian más monstruos marinos que el manjar poco asequible al que teníamos acceso de vez en cuando gracias a mi tío, que trabajaba de repartidor para un supermercado que fue del padre del hombre que se casó con la hermana de mi abuela.

Me fijé especialmente en ella aquella mañana. Mi madre le había cortado un gran trozo de la cola a cada langosta y yo le pregunté que por qué las cortaba por la mitad.

- No las corto por la mitad, - dijo - hay que quitarles este trozo.

- Ah... pero ahí aún queda pescado.

- No es pescado cariño! jajaja - rió mi madre a mi tonto comentario - Esto se llama langosta y aunque vive en el mar no se llama pescado, sino marisco.

- Entonces queda mucha langosta ahí... - dije yo, esta vez acercándome a la encimera y comprobando que, efectivamente, la carne de la langosta que quedaba por el extremo que nos íbamos a comer no tenía diferencia alguna con la que quedaba en el extremo que mi madre se disponía a tirar a la basura.

- Pues haz una cosa - dijo mi madre llevándose pensativa el dedo índice a los labios. - Cuando veas a la abuela, pregúntale la receta. Ella fue la que me enseñó a cocinar langosta y la verdad es que nunca le pregunté.

Aderezó las partes de las 4 langostas que iba a cocinar y las metió, las 4, en el horno, además de una llanda con algo más que no conseguí ver.

La abuela no vivía lejos, y quizá pasarían un par de días hasta que la viera, tiempo más que suficiente para que a mí se me hubiera olvidado la langosta, amén de que mi curiosidad nunca aprendió a ser paciente. Así que decidí coger la bici y darme una vuelta hasta su casa. Vivíamos en un pueblo pequeño, y en un tiempo donde el chaval que yo era aquel día, ese que estaba a punto de hacer un gran descubrimiento, aún podía salir a la calle y cruzar de punta a punta sin problema. La mayoría de la gente se conocía y entre la fábrica de zapatos y el aserradero prácticamente todos los del pueblo compartían lugar de trabajo. No había mucha novedad en aquel pueblo.

Llegué a la casa de la abuela y allí estaba ella, regando las plantas en el patio, no me oyó entrar.

- Hola abuela!

- Hijo, no te había oído, por Dios qué susto - dijo la abuela, exagerando.

- Abuela, mi madre está cocinando unas langostas y me ha dicho que tú la enseñaste a hacerlas.

- Anda, pues no ha llovido nada... - dijo mi abuela. Ella conservaba esa sonrisa de Historia en la que podías comprender el paso del tiempo y la vida, y siempre le asomaba cuando pensaba en su juventud.

- Tú sabes por qué hay que tirar las colas?

- Jajaja, y esa pregunta?

- Pues porque mi madre ha cortado las langostas y casi les quita la mitad, y yo creo que ahí aún queda langosta.

- Pues la verdad es que a mí - dijo mi abuela aún sonriendo - me enseñó a cocinarlas mi madre. En el mueble del comedor está el libro de recetas que aún conservaba mi madre, tu bisabuela, de su abuela! Imagínate lo viejo que es. Él y yo! jajaja! - rió mi abuela con ganas.

Así que me dirigí hacia el comedor. Los muebles de la casa de mi abuela siempre me han parecido especiales, no sé por qué, pero huelen distinto.

No tardé en encontrarlo, era realmente viejo. Lo habían encuadernado de forma casera. La caligrafía era muy bonita, aunque yo entonces no supiera apreciarlo del todo. Pasé las páginas con cuidado, algunas estaban desprendidas, otras habían sido sustituidas por páginas más nuevas escritas a bolígrafo azul y con una letra distinta. Las recetas originales estaban escritas a lápiz y se habían ido deteriorando, emborronando o simplemente desapareciendo. Encontré la receta de las langostas pasada la mitad. La leí y era exactamente como la hacía mi madre, como se la enseñó su abuela, con una sola diferencia: un asterisco. Ponía:

- Cortar, aproximadamente, 3 dedos desde el principio de la cola de la langosta, en función de su tamaño*

Al pie de página estaba la explicación del asterisco.

Salí a despedirme de la abuela, le di un beso y un abrazo. Ella me abrazó y me dio unos 432 besos seguidos en la mejilla mientras yo sonreía. Cogí la bicicleta y empecé a pedalear. Yo tenía 14 años y, justo en ese momento, supe que ya no pertenecía a ese lugar.

*No olvidar cortar la langosta porque el horno es demasiado pequeño para que quepa entera.

http://belenclaver.wordpress.com/2010/07/14/el-paradigma-de-los-monos/


sábado, 2 de marzo de 2013

La vida en un instante.

Mientras lees, escucha esto.

Quiero que imagines algo. Es sencillo. Quiero que visualices la imagen de una bomba, un proyectil, misil cualquiera, a medio metro del suelo. Quiero que congeles ese instante en tu mente, que detengas el tiempo justo ahí. ¿La tienes? Bien. Imagina ese preciso instante con todo lujo de detalles, con toda la claridad de que seas capaz. Empieza a caminar por ese mundo detenido. Imagina que eres Hiro Nakamura, te resultará más fácil así.

Imagina a esos niños, tan mayores, en un columpio en mitad de la noche. Imagina sus sonrisas perennes y su inocencia, incapaces de preocuparse de nada más que de sonreir o de hacer sonreír al otro. Sigue viajando, quiero ir un poco más lejos. Imagina la playa, imagina ese grupo de chicas tan vivas, intentando mantener a su hiperactivo perro alejado de una pareja que parece querer un poco de intimidad. Sigue, por favor, no te detengas ahora. Imagina esos amantes furtivos, gritando su secreto, escondidos en un sofá, fundidos el uno con el otro. Imagina los planes que el mundo tenía para todos ellos, y los planes que todos ellos tenían para su propio mundo. Dioses de carne y hueso al son de canciones, momentos tan románticos como solo pueden serlo las fotos en blanco y negro, instantes tatuados en el alma del mundo por su belleza efímera y, a la vez, inmortal. Almas llamadas a ser una. Sonrisas, solo indestructibles cuando unidas. Pura luz.

Ahora quiero que desandes el camino, pero no dejes de llorar por ellos, porque estás a punto de matarlos. Recuerda la bomba. En algún lugar de ese mundo que acabas de crear hay una bomba, suspendida a medio metro del suelo. Una bomba que recorrió el aire sin hacer ruido pues no la lanzaste sino que, simplemente, no impediste que cayera. No soportas la presión, lo sé, porque no hay nada que puedas hacer para mantener detenido el tiempo y, de repente, ves el columpio balancearse, las olas rompen contra la playa y, en algún lugar, se escucha el gemido de un orgasmo. Entiendes así que el tiempo ha retomado su curso y tus ojos atinan a abrirse de par en par, aterrorizados, cuando lo sientes: un leve latido en la lejanía, no más fuerte que el de tu corazón, ahora enamorado de la belleza del mundo, de los niños en columpios, de los perros en la playa, de los amantes en camas de hielo. Y tan pronto como notas el casi imperceptible temblor del suelo tus ojos, abiertos de par en par, se cierran tan fuerte como si no quisieran volver a abrirse, derramando lágrimas de devastación. Y aguardas a que suceda. Pero aún quieres luchar, y abres los ojos para verlo, o no serás capaz de creerlo. Al principio solo es una nube de polvo en el horizonte pero, a medida que avanza, te das cuenta de que nada queda en pie tras su paso. Una onda expansiva que destruye tu mundo y a ti. Y contigo, me destruye a mí, que he vuelto a perderlo absolutamente todo. Dicen, y es mi único consuelo, que solo cuando un hombre no tiene nada más que perder, es completamente libre.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Hace frío en la terraza y por un momento creo que mis dedos son más parte del cuello de la botella de cerveza que de mí. Mark está dentro, con las chicas, ofreciéndoles más cerveza y vodka, les oigo reír desde aquí. Somos cuatro y aún no se han dado cuenta de que no estoy.

Y entonces lo siento. No sé qué hago allí. Es esa sensación de ser una mancha de carmín en el cuello de una camisa blanca, restos de comida en una sonrisa perfecta, una aberración del curso lógico y natural de los acontecimientos. Algo que no debería estar allí. Algo totalmente fuera de lugar.

Desde la terraza de Mark se ve un descampado que dentro de unos años será un edificio. De momento solo está la valla publicitaria que anuncia los pisos piloto. Así que tiro la botella de cristal y revienta contra la valla. Ahora los pisos piloto lloran lágrimas espumosas. Un perro ladra en mitad de la noche.

Intento recapitular, hacia atrás, hasta encontrar en qué momento tomé aquella dirección, aquella decisión. No lo encuentro. No sé cómo he llegado allí. Y entonces pienso que si no sé cómo he llegado allí probablemente sea un sueño, aunque eso lo vi en una película así que, imagino, será mentira. Miro al cielo y sigo sin entender. Levanto un dedo y tecleo en las estrellas "No sé qué coño hago aquí". Debería coger el coche y salir de allí. Probablemente podría recorrer cientos de kilómetros hasta que alguien se diera cuenta de que no estoy, de que ya no existo. Pero no lo hago.

- Eh, ¿qué haces?

Sonrío y debe de ser la sonrisa peor lograda de la historia. - Nada, pensar.

- Pensar no es "nada". ¿Y tu cerveza?

- Se ha volatilizado.

- ¿Por qué no pasas y bebemos algo? Hace frío aquí, además no estás bebiendo - sonríe.

Así que me quedo, y me pierdo aún más en alguien que no soy yo.

domingo, 3 de febrero de 2013

LA ANTIGUA SABIDURÍA EN LA ERA TECNOLÓGICA

Artículo de prensa en el número de hoy de un periódico y que no he conseguido encontrar por la red, así que he considerado oportuno copiarlo para compartirlo con todo aquel al que le pueda interesar. Siento no poder ofreceros el nombre del autor ya que no viene en el artículo.

La antigua sabiduría en la era tecnológica.

Los alumnos ya no cargan libros en sus mochilas porque las "tablets" de sus pupitres tienen todo lo necesario, aprenden chino desde los seis años de forma obligatoria y asignaturas como Aikido o Robótica forman parte del programa educativo. El colegio MIT de Málaga busca una formación integral, con una sólida base de valores y un elevado peso específico de las Nuevas Tecnologías. Todo ello en un entorno internacional con una fuerte formación en idiomas.

El colegio MIT de Málaga (Málaga Institute of Technologyes) es un centro atípico por lo avanzado de su propuesta formativa. De carácter laico y privado, es fruto de los años de experiencia en la dirección de otros centros, Javier Díaz, director del colegio, arranca en 2010 con un proyecto que concreta aquellas carencias o necesidades que durante años percibió en las propuestas educativas existentes. Así, el MIT es el único colegio de España que imparte el idioma chino de forma obligatoria desde los seis años, el inglés desde los tres o el alemán desde los nueve. Pero la clara apuesta por el plurilingüismo no es más que el principio. La informática tiene un peso específico muy importante en las diversas áreas de conocimiento: ordenadores de última generación, pizarras inteligentes, internet sin cables, bolígrafos inteligentes, tablets... y un profesorado formado para aprovechar las ventajas de estas tecnologías. La irrupción en el terreno tecnológico llega hasta el punto de introducir asignaturas, obligatorias desde los 5 años, como la Robótica, que ayuda a la comprensión y resolución de problemas.

Esta visión futurista de la educación es complementada con una sólida educación en valores. El objetivo es interiorizar que los derechos de una persona terminan donde empiezan los de los demás. Esfuerzo, disciplina, respeto a los profesores, tolerancia... son los pilares básicos de este proyecto, aderezado con la búsqueda del equilibrio emocional de los alumnos. La Hípica está incluída en el currículo de Infantil, para fomentar este equilibrio desde edades tempranas, y forma parte del programa extraescolar, al mediodía o por la tarde, en los demás cursos. Otras asignaturas que fomentan el equilibrio emocional son el Yoga o un arte marcial como el Aikido, que en este caso es de carácter obligatorio y que está basado en la resolución de conflictos sin el uso de la violencia. El Taichi, o el Kendo, junto con las citadas disciplinas elevan el nivel espiritual de los alumnos y fomentan el respeto por la figura del profesor, como persona que dedica su vida al desarrollo integral de sus alumnos. 

La atención individualizada es otro aspecto fundamental del proyecto educativo del MIT. Parten de un máximo de 20 alumnos por aula para facilitar este tipo de atención. Han puesto en marcha proyectos de evaluación y apoyo al talento de los alumnos, independientemente de su diagnóstico de sobredotación intelectual. Un proyecto innovador, por plantearlo de una forma decidida y por utilizar las nuevas y últimas tecnologías aplicadas al aula. En esta misma línea se mueven la Fundación Promete y el Método Sapientec que se ofertan en el mismo colegio. 

La atención que recibe el apartado alimenticio de los alumnos es otro aspecto sobre el que se ha puesto el acento. El menú, para aquellos alumnos que utilizan el comedor, está basado en la dieta mediterránea. Es revisado mensualmente por una médico especialista en nutrición. Dicho menú debe ser consumido, al menos, en un 75% para la correcta alimentación de los alumnos, lo que repercute beneficiosamente en su salud. De la misma forma, el centro atiende con especial atención a las dietas especiales necesarias por motivos médicos o religiosos.

Más información: www.mitschool.com